Por Yaku Fernandez-Landa
El único premio nobel que no tiene nada que ver con la voluntad de su creador, Alfred Nobel, ha sido anunciado el lunes 14 de octubre. Como es habitual, el anuncio ha despertado una variedad de reacciones y es que tradicionalmente, como destaca el economista Noah Smith, este premio se ha otorgado a académicos influyentes en la esfera de la disciplina económica. En esta ocasión el premio hizo su trabajo y reconoció la contribución del neo-institucionalismo a la economía. Su influencia es indiscutible como puede desprenderse del hecho de que estos autores son ampliamente citados en los cursos de macroeconomía y, por ejemplo, ya desde un tiempo Daron Acemoglu era nombrado en los círculos académicos como el favorito a ganar el nobel, algo así como Leonardo Di Caprio siendo voceado año tras año a llevarse la estatuilla a mejor actor. Si bien ya sabemos de qué va la economía que se impone en las aulas y en los medios de comunicación hegemónicos, así como la que influye la política y define las medidas económicas, vale la pena discutir qué aporte teórico y empírico se está premiando y cuáles son las principales observaciones críticas a esos aportes.
Darin Acemoglu, Simon Jhonson y James A. Robinson (AJR) han sido premiados por su contribución al estudio de “cómo se forman las instituciones y cómo afectan la prosperidad”. Se trata de un estudio que aborda lo que tal vez es una de las preguntas más importantes en economía: ¿Cómo explicamos la disparidad económica entre países? ¿Dónde radica la causa de que tengamos naciones persistentemente ricas y también naciones persistentemente pobres? Entiéndase prosperidad como crecimiento económico puro y duro. Si descartamos razones de índole biológica, cultural o geográfica, lo que queda es una dimensión del orden histórico-político. El desarrollo entonces es largamente dependiente de un hecho preciso: en el momento temprano de las naciones, antes de que se conviertan en estados modernos, ¿qué formas de gobierno, códigos civiles y leyes fueron instauradas? Para AJR la raíz del desarrollo está en las diferentes formas de instituciones políticas que se sembraron a lo largo y ancho del mundo. Así, a las instituciones extractivas se le opondrían instituciones inclusivas.
Las instituciones inclusivas son aquellas que distribuyen el poder y limitan su ejercicio arbitrario, aseguran los derechos de propiedad, en definitiva, el imperio de la ley. En cambio, las instituciones extractivas son todo lo contrario: arbitrariedad plena, poco o inexistentes derechos de propiedad, la anarquía propia del medio oeste, el imperio del más fuerte. Sin las instituciones correctas los mercados no pueden funcionar como deben. El razonamiento va de la siguiente manera. Esas instituciones primigenias traen consigo prácticas económicas acordes, moldeando así el tipo de comportamiento que tiene tanto el estado como los empresarios. Correctas instituciones alientan los incentivos correctos: el empresario que innova como hijo de las instituciones inclusivas, y el empresario rentista como hijo de las instituciones extractivas. En resumidas cuentas, el desarrolla se logra a través de las instituciones del capitalismo idílico: derechos de propiedad y democracia plenas.
Pero esta límpida visión del desarrollo es vulnerable desde muchos frentes. Para empezar, AJR deben demostrar empíricamente que su hipótesis es correcta, que son las instituciones las que generan el crecimiento económico y no al revés. Para conseguirlo, ellos emplean datos históricos sobre la mortalidad de los colonos. En principio ahí donde hubo mayor mortalidad se hizo más difícil que los europeos se establezcan, trayendo consigo las instituciones inclusivas. En cambio, ahí donde la mortalidad era alta, lo único que se podía hacer era establecer instituciones extractivas. Glaeser y sus colegas mencionan la imposibilidad de separar el efecto de las instituciones del efecto del establecimiento de los colonos. Para estos autores una explicación igualmente válida seria que los colonos trajeron su “elevado” capital humano, lo que hizo la diferencia en el largo plazo. En todo caso, econométricamente es casi imposible poder asegurar que, en efecto, son las instituciones y no otra cosa lo que determina quien se desarrolla y quien no. Podría ser que las instituciones “correctas” prosperaron porque estaba en el interés de los colones reproducir el capitalismo emergente. Incluso el simple hecho de contar con asentamientos de europeos facilitaba el flujo comercial. Precisamente, los colonos recreaban la sociedad en las colonias a imagen y semejanza de las metrópolis.
Mas aún, el argumento de AJR adolece de falta de originalidad, o peor aún, poca prolijidad a la hora de reconocer antecedentes intelectuales. El mismo argumento ya habría sido adelantado por el economista marxista Paul Baran en los años cincuenta. Como rescata en la red social X el economista Shahram Azhar, Baran menciona en su libro La Economía Política del Crecimiento, que poco importa quiénes eran el tipo de personas europeas que se establecieron en las colonias: sean familias que huían de la represión religiosa o delincuentes expatriados, todos ellos “traían el capitalismo en sus huesos y no encontraron mayor resistencia”. Ahí donde las condiciones eran adversas, ya sea por el clima o por encontrarse frente a formas avanzada de estado, el colonialismo era simplemente saqueo.
Otra crítica tiene que ver con como hubo una enorme variabilidad en el tipo de instituciones que se impusieron en las colonias. Estas instituciones eran bastante dependientes del contexto especifico, así como de los intereses económicos de la metrópoli. Como resaltan Vernengo y Perez-Caldentey, cuando era necesario o conveniente, los británicos no tenían ningún problema en instaurar prácticas excluyentes, al mismo tiempo, los españoles podían también implementar instituciones inclusivas. Estos economistas latinoamericanos también cuestionan que AJR, y la literatura que elaboraron, ponga en un altar el rol del mercado, menospreciando el papel activo del estado en promover el desarrollo.
Por su parte, la cientista política Yuen Yuen Ang, autora del libro Como china escapó de la trampa de la pobreza, también cuestiona que las llamadas instituciones inclusivas sean igualmente inclusivas para todos los grupos sociales. En las colonias de Norte América ciertamente había protección de la propiedad privada de los colonos blancos, pero no para los nativos americanos, los esclavos o las mujeres. El desarrollo del capitalismo, tanto en Occidente como oriente, como sugiere Yuen Ang, está impulsado por la proliferación de formas sofisticadas de corrupción. Esta forma sofisticada es denominada dinero de acceso: La compra de privilegios económicos por quienes poseen poder. Este tipo de corrupción fue característica en la denominada Gilded Age en Estados Unidos, momento que vio nacer a los grandes barones industriales de fines del siglo diecinueve, quienes trasgredían las fronteras entre lo político y lo económico para amasar grandes fortunas. El Gilded Age seria también característico de la China contemporánea. Esta interpretación de la historia del desarrollo está muy lejos de las “correctas” instituciones de AJR.
Otro problema es que AJR, más allá de usar los datos de mortalidad en sus estudios empíricos, ignoran por completo la naturaleza violenta del imperialismo y el colonialismo. El despojo y la exterminación de pueblos enteros no entra en el análisis. Ciertamente el profesor de estudios del desarrollo Jostein Hauge provee cierta intuición a esa ausencia, y es que es así como se desenvuelve la disciplina económica, desde la distancia “intelectual” de estudiar la economía sin “dejarse manchar” por consideraciones de valor. Mas aún, la ausencia de un contexto imperialista y de masiva violencia es reflejo de que AJR se focalizan en una interpretación simplista y engañosa del desarrollo: el PBI per cápita.
Debemos advertir que el neo-institucionalismo surge como un enfoque que viene a tapar los cavos sueltos de la teoría neoclásica. Es por tanto un complemento de la narrativa económica hegemónica. No busca hacer un escrutinio crítico de la teoría convencional, más bien busca salvarla. Para estos neo-institucionalistas, las sólidas instituciones liberales son la base de la propiedad privada y proveen los “incentivos” correctos para la innovación, el desarrollo tecnológico y la competencia. En un plano ontológico, los actores económicos son lo que son, y los incentivos determinarán qué comportamientos terminan predominando. No hay una discusión sobre cómo llegan esos actores a constituirse como tales, su naturaleza ya está fijada. Para el economista heterodoxo surcoreano Ha-Joon Chang, este aspecto diferencia los nuevos institucionalistas de los institucionalistas clásicos como Veblen que cimentaron un análisis económico mucho más rico, renuente a concebir la economía como una entidad aparte de la historia y el conjunto social.
Como se dijo al inicio, el premio Nobel de Economía es un premio a quienes, dentro de la disciplina económica, han sido altamente influyentes. Como ha pasado antes, si esta comunidad académica llega a un consenso que no significa ningún progreso en el análisis que no haya sido ya avanzado por otras ciencias sociales, de todas maneras, ese consenso se percibe como una demostración de la superioridad técnica y científica de la economía. Lo cierto es que no debe sorprendernos las falencias metodológicas y factuales de los laureados. El economista David Y. Albouy incluso advierte de serios problemas de inconsistencia en los datos de mortalidad usados por AJR. Problemas de medición y manipulación que sugieren que los resultados fueron en buena parte “cocinados”.
La literatura económica dominante sobre el desarrollo comparativo, que busca responder a la gran pregunta sobre las actuales disparidades económicas a nivel mundial, tiene serias dificultades en explicar que países como Corea del Sur, Taiwán, Singapur y China puedan “prosperar” pese a no contar con el tipo de instituciones que se suponen impulsan el desarrollo. El aclamado libro que resume los estudios y aportaciones del neo-institucionalismo está escrito por dos de los galardonados, Daron Acemoglu y James A. Robinson, y se titula Por qué Fracasan las Naciones. El neo-institucionalismo merecería un libro que narre sus falencias como un caso en el que teorías que se pretenden rigurosas terminan siendo muy poco satisfactorias, tal libro bien podría llamarse Por que fracasan las teorías.