A más de 1000 km al sur de la capital del Lima, en oscuras y al mismo tiempo claras calles de la ciudad de Juliaca en Puno, donde a pesar del frio y de la helada, la gente muy cálida te recibe en densos cariños. La vigurosidad del Puneño se siente no solo en el calor de su acogida, sino también en la convicción política que los caracteriza. Por las calles se sienten vientos distintos a los de la diversidad Limeña, no hay necesidad de campaña y propagandas intensas, porque tienen muy en claro que el sur no se vende.
La alta aceptación que tiene el candidato del partido político “Perú Libre”, Pedro Castillo Terrones, refleja no solo una inclinación hacia la representación nacional y popular, más allá de las viejas categorías nacidas alguna vez en Francia de la revolución en 1789, sino además, de una idea general que nace y permanece en el corazón del Perú profundo. Los poderosos de siempre creyeron que asustarían al pueblo renaciendo al viejo fantasma europeo que recorría del este al oeste en busca de imponer el modelo marxista frente al liberalismo naciente inglés. Pero esto no lo han logrado, no han podido, si quiera, producir un pequeño silbido en el fondo de la nación, donde en algunos pueblos alejados de las pequeñas ciudades olvidadas ni se logra escuchar ruido alguno, son los olvidados de Dios y de la patria.
Ululan los poderosos de siempre a través de su gran maquinaria propagandista que, hoy por hoy, lleva el sello de la infamia y la mentira: “nos robarán nuestros fondos”, “nos quitarán nuestras propiedades”, “nos expropiarán nuestros negocios”, repiten a diario. Resulta ser la vieja maquinaria propagandista de la antigua Alemania nazi. Quieren hacer ruido donde solo habita el silencio. Quieren hacernos creer que el monstruo de afuera es más peligroso que el que tenemos dentro. Pero solo comprendemos que los fantasmas ya no recorren Europa vestidos con ropajes rojos y con hoces y martillos, sino que hoy compran políticos, canales de televisión, diario, prensa, artistas y hasta futbolistas. Quieren llenarnos de desesperanza y de pavor ante la muerte y la mentira, pero sabemos bien quienes son los verdaderos autores de la muerte y de la mentira. Al ver sonreír de esperanzas a estas personas, recuerdo bien el poema de Manuel Scorza que alguna vez me gustó tanto y que lo recité por enésima vez cuando recorría la profundidad de las profundidades de Puno: “¡Cuando veo la cara de este pueblo, hasta la vida me queda grande!” Y es que la versión nacional y popular del país, desde mi corta experiencia, habita en el sur, y esta esperanza se ha tornado irreversible ante los ojos del pueblo.
Recorro las calles, regresando de muchas ciudades a las que he observado con total atención; hace frio, resulta ser que la naturaleza castiga inclusive a los buenos hombres, pero no al punto de estrangular a sus hijos, para esto, están los oligarcas. Nadie dice nada, habita un silencio absoluto, se oye el sonido de los carros y de las motos. En las paredes existen algunas pintas propagandistas, como en cualquier ciudad del mundo. Recorro por las calles sin miedo y llego hacia un restaurante donde venden caldos de gallina, tomo asiento, detrás de la televisión hay un sujeto con traje y corbata resonando: “¡El candidato Castillo confiscará los fondos de los ahorristas de las AFPs!”. Las personas ni oyen lo que dice, no tiene sentido para ellos el miedo a algo que no poseen. Parece como si estas noticias fuesen hechas a la medida para los limeños. Miro hacia la señora que me atenderá y le digo:
– ¿Nos robarán? – ¿Robarnos qué? – exclama – Nuestros fondos – replico – Nosotros nunca hemos tenido fondos – ¿Y el modelo? – ¿Qué modelo?No hay que defender nada si no tenemos nada. La prensa aquí no resuena, llega muy poco, y la trasmisión resulta ser bastante ignominiosa. No hay miedo en estos espacios. El miedo solo se esparce dentro de las mentes y de las almas que se encuentran a disposición del engaño. Aquí hay un pueblo que camina y que no teme perder porque no hay nada que perder. Entonces resulta comprensible que la marea mediática no haya calado en los corazones del sur, porque el corazón profundo del país no tema ya a la deshonra, porque la deshonra la observaron desde las alturas de los andes cuando una cúpula de delincuentes cometieron crímenes durante tres décadas enteras. De ahí, queda la pregunta necesaria que todos debemos responder no solo como un deber moral casi sacramentado, sino como un deber cívico para con la patria ¿Qué defender?
La desesperanza aquí no es un motivo ni una razón para cruzarse de brazos. El mundo sigue girando y todos aquí continúan. No todos son intelectuales. A muchos no les interesa la política, y mucho menos las cuestiones macroeconómicas que tanto agradan a nuestros académicos que han llevado treinta años con un “crecimiento” económico desigual y que se esmeran, con uñas y dientes, a defender a toda costa a pesar de sus pecados y sus crímenes. Aquí hay un pueblo que a pesar de sus carencias, no teme, y aunque no sean grandes fanáticos del buró político de cualquiera de los dos bandos, resulta necesario ver la reacción ante quienes si merecen su respaldo.
Muchos en Lima manifiestan abrupta y desesperadamente: “¡Defendamos el modelo, la institucionalidad y la democracia!”, mientras en el sur replican: “¿Qué modelo, que institucionalidad y que democracia?” El cuestionamiento siempre ha sido el pilar de la verdad, como si se tratase de la duda metódica de Descartes o la mayéutica Socrática. Esta sospecha y la forma en la que no recaemos en el miedo es algo característico inherente a nosotros: la mentira no penetra en nuestros corazones.
“Defendamos el modelo” – grita la metrópoli. Aunque aquí ya se oyen voces distintas. No solo es el interrogante del ¿Qué? O el ¿Cuál? sino del ¿Cómo? Estamos dos pasos por delante de la gran Babilonia, y eso se refleja en la carencia del miedo: aquí no han esparcido el pavor que un puñado de mafiosos quiere imponerle a la nación. Una comerciante Juliaqueña dijo en algún momento: “¡No podemos olvidar los años en que hemos sido silenciados!”. Esta vez no se cumplirá la proclama insurreccional de la Junta Tuitiva en la ciudad de la Paz en 1809: ¡No hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez!
Entonces, cuando, esperanzado y con el corazón hinchado de emoción, subo el Cristo Blanco, tras las escalinatas y, aunque a falta de presión de oxígeno, camino hacia delante, me reafirmo en mis intenciones y en mis pensamientos de que aquí hay un pueblo que no se deja domeñar por el miedo, la mentira y el crimen. La multitud del 31 de mayo ha sido descomunal, y el sueño popular de llevar a la nación a un destino común es indestructible. El viento corre violentamente sobre nosotros, pero entendemos que, a pesar de la tempestad, 200 años de republica oligárquica han producido el más grande miedo de los poderosos de siempre: una nación rejuvenecida y con esperanzas de cambio. Entonces, finalmente, comprendí que tendremos una nueva nación cuando venzamos el miedo, la mentira y el crimen de forma unida.
La leyenda cuenta que los hijos del dios Inti, Manco Cápac y Mama Ocllo, surgieron de las aguas del inmenso lago Titicaca para fundar el imperio de los incas. Esta vez, la leyenda resurgirá en manos de los hijos del sol y cumplirá un cometido similar: fundar una nueva República peruana.
Por José Ramirez Mendives