Nota de los editores: La emergencia de las extremas derechas en diferentes partes del mundo, incluido el Perú, plantea el ineludible desafío de construir una nueva normalidad, la vieja normalidad de la democracia liberal (decadente para nuestro continente), no volverá más y el crecimiento de la extrema derecha así lo atestigua. En las siguientes líneas Natascha Strobl reafirma que las fuerzas del cambio no pueden quedar ancladas a defender un sistema político decadente, sino a atreverse a pensar en medidas y políticas que superen las democracias liberales que nos han llevado a este punto.
Epilogo: ¿Y dónde está lo positivo?
Por Natascha Strobl*
No es agradable vivir en una época en la que lo viejo agoniza y lo nuevo aún no ha llegado. Es tentador reaccionar ante esto intentando volver a una normalidad glorificada e idealizando el pasado. Pero si somos sinceros, ni siquiera esta normalidad ha funcionado. Mas bien, solo ha producido el ahora. El Estado de bienestar de la posguerra, con su partenariado social y sus grandes coaliciones, con su culto al bipartidismo y a los mismos hombres grises de los mismos cuadros de siempre, no es un ideal por el que valga la pena volver a luchar. Una parte del conservadurismo lo ha entendido y esta maquinando concretamente una sociedad diferente. Una sociedad más autoritaria, más cruda y más fría, y en la que las desigualdades económicas y sociales se agravan aún más. El hecho de que las mismas fuerzas que alimentaron esta crisis en primer lugar y que seguirán exacerbándolas se beneficien de un sistema capitalista en crisis no deja de ser una cierta ironía. Kurz y Trump son solo síntomas de esto, no las causas. Son la consecuencia de una normalidad cuyas elites han creído que la fiesta sigue y sigue. Y son la consecuencia de una debilidad de las fuerzas de izquierda partidista que no han sabido ocupar posiciones de poder desde las cuales aplicar políticas coherentes. Porque el nivel de poder es tan importante como el discursivo: los actores de conservadurismo radicalizado lo han entendido.
La antigua normalidad ha sido sustituida por un conservadurismo radicalizado que no teme el contacto con la extrema derecha tradicional, sino que actúa con los recursos y medios de un gran partido que se percibe como nuevo y diferente y que al mismo tiempo apoya al Estado. En lugar de hablar largo y tendido, sus actores simplemente actúan. En lugar de pedir permiso o negociar minuciosamente compromisos a pequeña escala, dan respuestas sencillas y promesas con mucho cuerpo. Ni siquiera es necesario cumplirlas, porque siempre se puede culpar a las fuerzas siniestras que se interponen en el camino. Los rivales politicos se convierten en adversarios, el Estado se reestructura de forma antidemocrática y los límites de la realidad se desplazan de manera gradual.
Precisamente por eso no se puede volver al pasado. Cualquier intento de recuperar un Estado transfigurado con nostalgia degenera en una postura reaccionaria. Las fuerzas progresistas que defienden con vehemencia tales exigencias tiran de la alfombra bajo sus propios pies. Esto también se aplica a los actores que creen que es posible hacer política de hechos junto con el conservadurismo radicalizado, que los hechos están fuera de toda duda y que, por tanto, constituyen una buena base. Estas ilusiones no solo son ingenuas, sino peligrosas. La dinámica fascista no puede ser controlada. Una vez normalizado, el pensamiento fascista se extiende por la sociedad. Así, se llega rápidamente a un punto de no retorno. Esto también lo demuestran los ejemplos históricos. Hay y ha habido muchos actores que han impulsado estas dinámicas; que lo hayan hecho por interés propio, por el placer de la intriga, por el beneficio, por la locura del poder, por calculo o por convicción es en última instancia irrelevante. Los actores del conservadurismo radicalizado inclinan el campo de juego.
Cuando la retirada está bloqueada y no parece deseable de todos modos, solo queda el camino hacia adelante. Las fuerzas progresistas y de izquierda no deberían tener miedo de explorarlo. Eso también significa dar menos vueltas sobre sí mismas, soportar las ambivalencias y mostrar confianza cómo podría ser el mundo en realidad.
La gran fuerza de la izquierda política es que existe un mosaico diferenciado y deslumbrante de diferentes preocupaciones, movimientos y conocimientos. Ahora es el momento de definir un soporte común que se centre no solo en los síntomas sino también en las causas. Eso significa hacer visible un mundo postcapitalista.
No habrá justicia cósmica ni arbitro invisible que descienda para premiar el punto de vista moral correcto. Más allá de las elevadas alturas de la moral y la decencia, se requiere una política concreta y comprensible. Porque el futuro puede ser mucho mejor. Y por eso merece la pena luchar.
*Publicado originalmente en el libro: La nueva derecha: Un análisis del conservadurismo radicalizado (2022).