Hace casi 700 años una gran pandemia asoló Europa y parte de Asia: la peste negra. En promedio la mitad de la población de Europa murió. Las ciudades y el campo quedaron despoblados en muchos casos, la nobleza y la iglesia fueron duramente golpeadas y cundieron las hambrunas, la miseria y el bandolerismo. En suma, la sociedad y el individuo sufrieron tal experiencia que daría inicio a una transformación general que duraría décadas y siglos. Incluso algunos historiadores afirman que esta peste fue el inicio de un largo proceso de desaparición del feudalismo, que luego tomaría siglos en desaparecer. Otros también afirman que la peste negra dio los cimientos para el surgimiento del “Renacimiento” en el siglo XV.
Hoy el mundo está viviendo la epidemia más importante de a inicios del siglo XXI. Los anteriores brotes de virus no han llegado a la magnitud del COVID-19, y sus impactos en la sociedad global no fueron tan grandes como este último. Por supuesto, esta pandemia tampoco ha llegado al nivel de destructividad de la peste de 1347. Sin embargo, muchos fenómenos sociales y muchas experiencias cotidianas están empezando a revivir y, en general, hay muchos paralelos que podrían verse muy pronto.
Dice mucho que los dos brotes epidémicos hayan nacido en Italia y durante conflictos políticos. Crónicas de la época apuntan que la peste negra aparece en el puerto de italiano de Messina luego que llegaran barcos contaminados de soldados con la peste. Estos la habrían contraído cuando los mongoles usaban muertos contaminados como arma de asedio, lanzándolos dentro de las murallas que querían vencer. Hoy hay fuentes, incluso la de un alto funcionario diplomático chino, que apuntan que el COVID ha podido usarse como un arma biológica para obstaculizar el desarrollo tecnológico e industrial chino. China este año ha debido mostrar al mundo las bondades de la tecnología 5G desarrollada por ellos. Es imposible leer estos fenómenos sin tener una perspectiva geopolítica. En estos momentos la imagen del sistema estatal de salud chino y de los sistemas de salud de los países que comprenden la OTAN (EEUU, Inglaterra, Alemania, Francia, España, Italia) está en juego y si se confirma la hipótesis que el COVID-19 se ha sido usando como arma biológica, estos meses del 2020 serían otro episodio de la ya llamada “Nueva guerra fría” entre China y los países mencionados: una competencia por la hegemonía entre modelos de Estados librecambistas contra Estados con economías centralizadas.
Por supuesto, el eficiente sistema de salud preventiva chino ha contenido el virus pero no ha pasado lo mismo en Europa en donde Italia, España, Francia, Alemania e Inglaterra son fuertemente golpeadas. Al igual que 1347, todo prácticamente comenzó en Italia. En esos tiempos la peste tomaba semanas en llegar a las ciudades y pueblos, hoy toma días. La geografía en este caso, sigue siendo un obstáculo: ciudades con altos índices de hacinamiento (centenares de centrales de transporte, calles angostas), poca distancia entre centros urbanos, alto tráfico marítimo, vehicular y aéreo y gran cantidad de rutas comerciales y de turismo (Italia de alguna manera sigue siendo la bisagra comercial entre Asia y Europa desde la antigüedad) han sido algunos de los detonadores que ha hecho que hoy Italia, después de EEUU, sea el país con más contagiados del mundo. Irónicamente, los países africanos, de los cuales salen cientos de miles de emigrantes clandestinos a Europa, son los menos afectados. Tampoco es posible pensar esta pandemia sin la situación económica del mundo. El alto flujo de la cadena de mercancías y, por lo tanto, de la masa trabajadora también ha sido un factor que disparado la propagación del virus al mundo. El capitalismo del siglo XXI ha incrementado la velocidad de transacciones, comunicaciones y de transporte a un ritmo nunca antes visto en la historia. De ahí que casi a la misma a la misma velocidad que el mundo se enteraba del primer brote en Wuhan, el virus se esparcía en el globo. Quizá este punto, el sistema económico, su rol en esta pandemia y el futuro que le espera sea el tema más importante a reflexionar por todos nosotros.
Como apuntaban algunos historiadores, Ruggiero Romano entre ellos, la peste negra hizo tambalear con mucho fuerza el feudalismo y empezó a abrir las puertas para nuevas relaciones de poder y nuevas perspectivas de la vida en general. El descenso demográfico abrupto en el campo dejó sin mano de obra a los señores feudales y los campesinos empezaron a elevar el costo de su mano de obra. La muerte de muchos señores feudales y campesinos también produjo un considerable aumento de la concentración de la tierra. Algunos nobles heredaban grandes extensiones de campos o usurpaban tierras de comunidades campesinas despobladas por la peste. También nuevas técnicas y herramientas de producción aparecieron producto de la carestía de mano de obra. Los pocos banqueros que quedaron vivos empezaron a tecnificar sus transacciones otorgando y reclamando más seguridad jurídica en caso que los acreedores o deudores murieran. Todo un sentido racionalidad y secularidad cobró fuerza frente a los inútiles pensamientos mágicos religiosos de los clérigos medievales que nada pudieron hacer contra la peste. La falta de seguridad jurídica (los señores feudales no podían “proteger” a sus siervos de la peste) y el clima de violencia que se generó por el pico de bandolerismo post peste provocaron rebeliones urbanas y el cuestionamiento de los privilegios de clase a tal punto que en toda Europa se registran revueltas campesinas y urbanas contra autoridades urbanas y eclesiásticas. Sumado a ello -el cambio en la percepción del tiempo debido al uso más extensivo de herramientas mecánicas de producción frente a la brevedad de la vida medieval y el uso más racional del tiempo- empieza a aparecer una nueva época de lectura de los clásicos, de un pensamiento más vitalista frente el gótico medieval: el renacimiento da sus gérmenes de nacimiento.
¿La pandemia del COVID-19 del 2020 puede llegar a originar tanto cambios radicales en la economía y sociedad como la peste negra? Aún no lo sabemos. Sabemos que algunos sectores productivos o de servicios están empezando a adaptarse a las cuarentenas con el teletrabajo, por ejemplo. Quizá nunca antes en nuestra historia se ha registrado tantas personas trabajando desde sus hogares al mismo tiempo. La vida pública en los centros laborales de alguna manera se está incluyendo en la vida y espacios privados de cientos de miles o quizá millones de individuos. ¿La explotación laboral se radicalizará al ver el trabajador su espacio privado invadido? ¿Se transformará la familia contemporánea? ¿Quedarán rezagos de este tipo de producción en el futuro? Las posibilidades no son bajas teniendo en cuenta que para algunos sectores pueda resultar más rentable tener su fuerza laboral controlada desde un espacio centralizado y ahorrarse costes de infraestructura como ya muchas empresas comercializadoras o de servicios hacían hasta hace algunos meses. La tecnología ante este tipo de adversidades suele tener una curva de desarrollo ascendiente y es de esperar que millones de personas que no tenían tanta cercanía a herramientas de trabajo digitales ahora sí la tengan, sobre todo en los países de tercer mundo. Los canales de mercancías a nivel mundial podrían expandirse y agilizarse más a medida que las herramientas digitales se masifique.
Otra consecuencia de esta crisis es que la tenencia de la propiedad se reconfigure. La crisis podría generar una alta tasa de desempleo lo que precarizaría los sueldos y los precios de algunos insumos básicos. Así, una crisis generalizada podría desvalorizar los costos de compra y venta de las propiedades dando la oportunidad a grandes inversionistas de comprar a precios bajos una buena cantidad de propiedades. Unos sectores podrían sencillamente salir del mercado, como el turismo y servicios suntuarios retail, y otros podrían surgir como el de la producción y comercialización de alimentos y productos médicos dando origen a nuevas elites económicas y políticas. ¿Estas élites tendrán otra conciencia de su propia posición social? ¿Serán elites que piensen en desarrollar sus matrices productivas? ¿O serán elites que radicalizarán pretensiones rentistas al no desarrollarse una diversificación de la producción nacional producto de la concentración de propiedades?
La tenencia de la propiedad y de la inestabilidad del acceso al trabajo sin duda va redefinir la relación de la población con los gobernantes y el Estado. Los gobernantes van a buscar legitimarse en la población otorgando mayores y más amplios derechos civiles al mismo tiempo que negocian con las élites económicas el rango de acción para con ellas y la población. Políticas fiscales de regulación de créditos e intereses en los bancos, de tasas de impuestos ante las grandes empresas van a ser reclamos populares a nivel mundial y esto puede provocar incluso un mayor nivel de organización social para desarrollar planes políticos de gobierno por parte de la ciudadanía. Ello también respondería a eventuales políticas estatales que atenten contra los derechos humanos en caso de movilizaciones o revueltas populares, completamente predecibles si es que la carestía de alimentos y servicios básicos se agudice. Todo está coyuntura podría dar el espacio para planteamientos más radicales de democracia participativa y de gobierno de ancha base.
Y con una reconfiguración de la economía, la carga de esta sobre la ecología también tendría consecuencias importantes. La peste negra trajo consigo un aumento considerable de los bosques y pastizales al detenerse la actividad agrícola y manufacturera. Numerosas crónicas hablan de bosques llenos de animales salvajes y ciudades invadidas por bandadas de lobos y aves de rapiña. Hoy por hoy, estudios demuestran que la temperatura global ha descendido por la paralización de las industrias y mucha fauna y flora cercana a las ciudades han empezado a florecer. ¿Va a traer consigo un cambio en la conciencia sobre el cuidado de la ecología la epidemia del COVID-19? ¿Se va a proteger de manera más estratégica los recursos naturales planetarios en pos del bienestar común? Los ecosistemas quizá encuentren formas naturales de recuperar los espacios perdidos por el avance no planificado de las urbes y de las industrias y provoquen cambios climáticos locales y, por qué no, globales.
Esta pandemia es, tanto, una buena oportunidad para observar tanto cambios locales y globales en nuestro ecosistema, como en la organización de nuestras sociedades. Un evento de esta magnitud, solo comparable con la pandemia de la gripe española de hace 100 años, da la oportunidad de cambios tanto a corto como a largo plazo. La historia de la larga duración que planteaba Braudel, puede estar comenzando en estos días y, quien sabe, sea el comienzo del fin de un sistema económico y social. Pero una pandemia no provocará nunca un cambio revolucionario a corto o mediano plazo. La peste negra medieval marcó el comienzo del fin del feudalismo pero éste resistió en muchas modalidades hasta varios siglos después y su conciencia política aún sobrevive en muchos espacios. La peste negra también comenzó un salto cualitativo de las tecnologías productivas que darían resultado el uso de la pólvora y la invención de la imprenta en el siglo siguiente, pero este salto tecnológico muchas veces fue funcional a la consolidación y resistencia de formas de organizaciones sociales estamentales y mágico religiosas. Solo el avance y desarrollo de las organizaciones gremiales urbanas y campesinas fueron los principales responsables que poco a poco minar los cimientos del feudalismo y otros sistemas de explotación.
Una pandemia como esta también nos abre las puertas para cuestionarnos desde una perspectiva histórica cuál es el rumbo de la civilización y sociedades humanas. Pero esta pandemia no cambiará el mundo por sí sola. Harán falta organizaciones de masas y, sobre todo, ideas originales y revolucionarias para que una gran transformación se lleve a cabo en pos del bienestar humano.
Por Natividad Pomajambo