Desde la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en diciembre de 1991 el mundo transitó a uno donde uno de los actores en pugna de la Guerra Fría, EEUU, se proclamaba vencedor en medio de un ambiente triunfalista que tenía como signo una serie de proclamas que afirmaban que la historia había llegado a su fin y que la humanidad tenía por delante un mundo de infinito capitalismo.
El exacerbado triunfalismo de los años iniciales pronto se vio cuestionado con la aparición de nuevos y viejos problemas en el mundo, pero también con la emergencia de nuevas potencias. Varios analistas coinciden en que los años de unipolaridad, luego de caída la URSS, fueron pocos y que luego de la Guerra Fría no se generó un nuevo sistema internacional, sino que se extendió más bien la insticionalidad creada al final de la II Guerra. Los EEUU luego del fracaso del mundo unipolar que ensayaron han transitado a un periodo de decadencia que tiene hoy en Trump una figura que encarna bien ese proceso decadente de los sectores supremacistas e imperialistas de las elites estadounidenses.
Así el mundo que hoy vivimos es un mundo de disputas donde la política internacional y los alineamientos de la que los países van haciendo parte resultan decisivos para la vida interna de estos y, no menos importante, para el futuro del planeta y la humanidad. Hemos presenciado en los últimos años, por ejemplo, el recurrente fracaso en el que caen las conferencias climáticas que buscan acuerdos para frenar y revertir la crisis ambiental. Fracaso que tiene como base la incompatibilidad del capitalismo, su voraz sed de lucro, con la gestión sustentable de los recursos del planeta. El fracaso de estas cumbres, sin embargo, no ha evitado que se haya generado una serie de reflexiones alternativas que llaman a la acción global de cara a superar los problemas críticos de las sociedades.
De este modo la política exterior de los países es tan importante como la política interna. En el caso peruano la desconexión de la política interna con la externa por parte de los actores políticos ha llevado a que el país no desarrolle una voz propia en el concierto internacional, sino por el contrario, la política exterior del Perú en los últimos años se ha basado en alinearse con la política externa y los intereses de otros países. Si bien la tradición de la política exterior peruana tiene momento claves y personajes meritorios, la hegemonía en la conducción del país casi ininterrumpidamente por las elites ha marcado la pauta de lo que ha sido la posición peruana en la escena regional y global.
Un ejemplo de lo trascendental e importante de la política internacional lo tenemos en la historia republicana. Luego de la independencia en el Perú llegaron alrededor de tres décadas de inestabilidad política por las pugnas entre caudillos militares alineados entre conservadores y liberales. Esta pugna no lograba resolverse dada las características particularmente geográficas del país, los conservadores se afincaban en la costa norte y Lima, mientras los liberales tenían una mayor presencia en el sur. La incapacidad de cada bando de poder hacerse de la victoria y establecer control territorial en la zona de influencia del otro bando generó un clima de un entrampamiento que alargaba la inestabilidad. El entrampamiento se resolvió cuando la unión de liberales peruanos y bolivianos de la mano de Orbegoso y Santa Cruz formaron el proyecto republicano más ambicioso hasta nuestros días: la Confederación Peruana–Boliviana (1836-1839). La Confederación fue producto de la unión y la victoria de los liberales de ambos países andinos sobre las fuerzas conservadores de ambos lados. La vida de la integración peruana-boliviana dependía de mantener esa victoria en el tiempo. La realidad de la política internacional, la regional en este caso, marcó los destinos del proyecto. En Chile en esos años gobernaban los conservadores de la mano de Joaquín Prieto y Diego Portales, mientras en Argentina lo hacía el conservador Juan Manuel de Rosas. Ambos gobiernos acogieron a los conservadores peruanos que se exiliaron luego del triunfo de la Confederación. El cálculo de las elites conservadoras de estos países iba en razón de su propia política interna, la de tener un ‘mal ejemplo’ al lado que pueda servir de refugio y apoyo para los liberales de sus países y, además, entre otras cosas, la de permitir que la unión de los países andinos potencie su papel internacional con un claro signo liberal. Por donde se viera resultaba un problema para los intereses inmediatos de las elites conservadoras. De ese modo los conservadores peruanos recibieron todo el apoyo para organizar la restauración del régimen previó a la Confederación. Un ejercito compuesto de conservadores peruanos, chilenos y argentinos le declaro la guerra a la unión. La Confederación los enfrentó en varios frentes, desde el Chaco donde las fuerzas conservadoras argentinas atacaban hasta Yungay donde los restauradores obtuvieron finalmente la victoria sobre los confederados.
Recuperar la centralidad de la política internacional para cualquier forma de política nacional resulta sumamente importante, sobre todo si se trata de proyectos de transformación. Se le atribuye a Juan Domingo Perón la frase que señala ‘después de todo, la política, es la política internacional’. Nada más cierto, real y vigente que aquello. En un mundo donde es posible la emergencia de nuevos polos los latinoamericanos que luchan contras las elites no pueden dejar esta dimensión de lado.
Por Víctor Cárdenas