Con un presupuesto de $115 millones, la película Elysium (2013), dirigida por el sudafricano-canadiense Neill Blomkamp y protagonizada por Matt Damon, muestra un mundo donde los ricos habitan en una estación espacial con toda clase de lujos mientras allá abajo, en la tierra, la población vive reprimida, en una miseria general donde el abuso de las drogas, el trabajo extenuante y la inseguridad son parte integrante de la vida diaria. Se trata de una película de ciencia ficción, donde buena parte de las escenas consiste en peleas interminables en las que, como suele pasar, el protagonista sale prácticamente ileso.
Hoy, treinta de mayo del 2020, asistimos casi inadvertidamente a la precuela de Elysium. El también sudafricano-canadiense (y estadounidense) Elon Musk, amo y señor de la empresa de autos eléctricos Tesla y de la compañía Space-X, es el director de una puesta en escena cuyo éxito, aseguran los medios, allanará el camino para la explotación comercial del espacio. La posibilidad de enviar con éxito humanos en una nave reutilizable permitirá abaratar enormemente los costos y hará viable el servicio turístico espacial.
SpaceX Demo-2 es el nombre de la misión donde la NASA pone sus esperanzas y cerca de $110 millones (casi casi lo mismo que costó producir la película Elysium) para dejar la dependencia de Rusia. Desde el 2011 la NASA pagaba a los rusos para llevar sus astronautas al espacio. Tal pago llegó a ubicarse hasta los $80 millones por astronauta (la misión de hoy tiene una tripulación de dos personas).
El discurso que edulcora la puesta de escena de hoy tiene como lugar común la referencia a que somos una sola civilización, que por tal motivo nuestro destino es común y está allá arriba, en el espacio exterior. Esta misión adquiere entonces un velo de significancia absoluta para la humanidad en su conjunto. Un discurso de esperanza que se extiende en un ambiente festivo.
Esta puesta en escena no es más que una parte de la precuela que hoy vivimos. Al mismo tiempo que la combustión impulsa la nave de SpaceX desde Florida, a dos mil kilómetros de distancia, desde Minessota, se va extendiendo una ola de protestas sociales en respuesta al asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd en manos (rodilla mas bien) de la policía. Las protestas incluyen la quema de edificios, con cientos de manifestantes en las grandes ciudades, incluyendo los alrededores mismos de la Casa Blanca en Washington D.C. El fuego de la protesta social nos revela que no pueden ser creíbles los discursos de esperanza, detrás de los cuales hay montículos de dinero e intereses empresariales en juego. No hay una sola humanidad cuanto existe el nivel de segregación racial como lo hay en la, hasta ahora, primera potencia mundial.
Tras la misión de hoy el mundo que se avizora en la película Elysium parece abrirse paso a gran velocidad. Y es que lejos de compartir un mismo destino, la humanidad se avienta al futuro dividida, con experiencias de vida sistemáticamente dramáticas ocurriendo en simultáneo con las experiencias de absurdo lujo. Hoy por hoy ya hay varios campos eliseos en la tierra.
Lo que la naturaleza con tantos años de evolución ha conseguido, otorgando habilidades cognitivas y físicas homogéneas entre miembros de una misma especie, el sistema económico se encarga de borrarlo, repartiendo asimétricamente lo que es, en última instancia, producto de toda la sociedad en su conjunto: la riqueza. Y es que sucede que el logro de SpaceX se yergue sobre un progreso subsidiado por décadas de avance científico en donde los actores que se llevan las palmas solo contribuyeron una ínfima parte.
Cuando el combustible que impulsó la nave desde Florida se haya terminado, las llamas seguirán ardiendo en varias ciudades de Estados Unidos. El evento “histórico” de hoy será desplazado rápidamente por aquellos que, al no tener otra alternativa, hacen la historia.
Por Yaku Fernandez