Por José Maria Arguedas.
Otro sector muy cuantioso de Lima metropolitana que necesita una atención también urgente y cuidadosa es la clase media, especialmente en sus niveles bajos.
La suerte de la clase media, en cuanto a su cultura, depende ahora de manera determinante de la TV, de la radiodifusión, del cine y de la frívola literatura. Como la clase media no esta firmemente sostenida por una tradición propia, se encuentra más inerme ante la influencia de estos grandes agentes de difusión que modelan en grado alarmante su conducta y aspiraciones. ¿Cómo y con cuál orientación, el Municipio y las otras instituciones públicas dedicadas al fomento de la cultura pueden contrarrestar o moderar la influencia de tan poderosos agentes? trataremos de atrevernos a dar algunas respuestas:
La finalidad de la TV es el negocio. Y el negocio reside en inquietar y fascinar al público mediante la presentación de espectáculos dirigidos principalmente a ponerlo en contacto con la música, los bailes, las costumbres novísimas de las grandes urbes europeas y norteamericanas tan llenas de prestigio, en parte merecidísimo pero en cierta proporción «fabricado» por la propaganda.
Debemos tener en cuenta que el contenido de estos programas corresponde a las formas de recreación y modo de ser de sociedades que han tenido una historia harto diferente de la nuestra. Nadie puede sostener que tales formas deben ser desconocidas por el gran público de cualquier parte del mundo pero, al mismo tiempo, debieran ser muy sabiamente equilibradas con la presentación en nivel de importancia equivalente de nuestra propia riqueza artística. Es altamente peligroso, especialmente este aspecto del nivel. Hasta hace algunas décadas, el folklore peruano estaba, por ejemplo, vedado para ciertas salas de gran categoría y este hecho infundía en el público una tendencia al automenosprecio de su propia tradición.
Los programas de música y danzas extranjeras, las historietas de bandidos o de aventuras del Oeste norteamericano, las telenovelas frívolas e insinuantes de sensualidad, debieran ser contrarrestadas -ya que el máximo ideal de que la TV sea estatal no es aún posible- con programas en que se trate de infundir fe en nuestro país y sus valores originales. Recuerdo a este propósito el excelente programa «Tempus» ofrecido con el patrocinio de una gran empresa extranjera.
Pero digamos algo más concreto:
La Radio Nacional ha incrementado en grado que podríamos calificar de suficiente la difusión de la música tradicional peruana y del repertorio internacional. Para la televisión creo que el Concejo podría dirigirse a sus gerentes solicitándoles que procuren sugerir a sus jefes de producción que piensen constantemente en este solo principio: el Perú es un país que puede ofrecer temas tan fascinantes como las aventuras del Oeste o como los shows de música y espectaculos frívolos. Nosotros, desde la Casa de la Cultura, estaremos en condiciones de ofrecerles material de trabajo que es lo que falta, pero pueden encontrarlo en los Museos y en consulta con los intelectuales y artistas más representativos.
De la televisión afirmamos que dependen, más que de la propia educación escolar, la modelación de la conducta y el alma de nuestra clase media. Que los programas que ella ofrece no sean standarizantes de la personalidad del televidente, mucho menos aquí en el Perú, donde la individualidad es tan rica. Que la televisión anime esta individualidad que es creadora, que dé la máxima importancia a los espectáculos nacionales y de temas extranjeros que muestren los aspectos recreativos y cautivantes del ser humano, no únicamente su lado cruel y frívolo sino también lo que en él hay de aspiración a la fraternidad humana y a la máxima cohesión del espíritu nacional. Que eso también puede ser buen negocio. Bastará con que las empresas tomen consejeros entre las instituciones y artistas que realmente conozcan esas fases positiva del hombre en general y del peruano en particular. El Concejo debiera reforzar su Inspección de Cultura, tanto como las propias empresas, en el sentido de auxiliar a todos en esta obra que es acaso mucho más importante y grave de lo que en esta apresurada exposición hemos sostenido.
*Publicado originalmente en el diario Expreso, Lima 01 de marzo de 1964.